INSOMNIA
Galería Begoña Malone. Madrid, España. 2003
 
El miedo y el deseo por Santiago B. Olmo
 
La obra de Natalia Granada ha girado de manera obsesiva alrededor del cuerpo, abordando con extrema crudeza los aspectos más inquietantes que lo construyen desde el deseo, la agresión, el impulso de muerte y la violencia.
Siguiendo los últimos desarrollos de su obra es posible trazar un recorrido que sigue el filo de la navaja que corta lo correcto para redefinir las formas que adquiere el horror de lo inconfesable: desde ahí el deseo y la violencia se manifiestan como formas posibles de análisis del miedo, como otros resortes (conscientes e inconscientes) de las figuras de la muerte, como fenómenos del desquiciamiento del insomnio, como imposibilidad de la quietud.

Un breve repaso a su obra anterior muestra el trayecto por el que han transitado las representaciones de un cuerpo situado entre el dolor, el placer y la muerte, a la vez que ofrece una perspectiva de comprensión a los trabajos más recientes.
En los años 90, Natalia Granada esboza un cuerpo dibujado: en las pinturas y obras sobre papel, el cuerpo o los cuerpos desarrollaban momentos narrativos en los que el movimiento tendía a sintetizarse en violencia y agresión entre cuerpos y animales, a través de una marcada gestualidad y una expresividad cruda, desnuda, concentrada en trazos negros, sienas y rojos sangre sobre fondos blancos. La pintura se acerca al dibujo, en la medida en que solo aparece lo esencial, una estricta economía de medios ha eludido tanto el color como la descripción de una escena o de un entorno. La pintura muestra, acentuándola con la crudeza del dibujo la tensión extrema donde confluyen tragedia, miedo y violencia.
Los dibujos y las obras sobre papel aparecen como esquemas y alusiones, como proyectos o descripciones de las diversas sintomatologías de la violencia. El dibujo ha desempeñado en estos años un papel central en el desarrollo tanto de las ideas como de las iconografías. Más allá de las posibilidades plásticas que el dibujo ofrece como banco de pruebas, ha tendido a asumir lo pictórico y a reelaborarlo: el dibujo suplanta así a la pintura para hacerla más directa, aún más cruda, más sintética.

Más recientemente, en la escultura y en las instalaciones ha ido construyendo de un modo más riguroso una poética del cuerpo torturado que se transfigura en la extraña imagen del miedo al deseo.
¡Cuidado con el perro!, instalación presentada en la Sala Minerva del Círculo de Bellas Artes de Madrid en 2001, marca decisivamente la afirmación de la escultura y el dibujo frente a la pintura, mientras estructura una mirada de contemplación del cuerpo torturado y sometido a la violencia. En aquella exposición el cuerpo era de animal. Cuerpos en fragmentos dislocados, de cuadrúpedos indefinidos (perros y cerdos), se acumulaban sobre una inmensa mesa encerrados entre hierros de alambre que podían ser tanto de jaulas como de sus propias estructuras internas: cuerpos simulacros, fetiches acribillados por agujas, mesa de casquería, proyecto de matadero. El caos se imponía como una iconografía posible del horror y del desorden de los sueños, a los que se denomina pesadillas. El animal-otro, es expuesto y destripado pero al modo de un producto de la imaginación, como la amenaza de lo prohibido, como la representación de lo inconfesable. La violencia aparece como una tensión de vitalidad, la agresividad (que se muestra en algunas de las obras sobre papel bajo la imagen de la lucha mortal de cabezas de perro encerradas entre hilos de alambrada) como un impulso irrefrenable que conduce de la vida a la muerte pasando por el sexo como una plenitud donde el placer es también el horror. Una de las piezas centrales de aquella exposición, La oscura evidencia, consistía en una escultura que reproducía a tamaño natural los glúteos abiertos de una mujer. Sobre ellos se cernían voraces innumerables salamandras, devorando la carne, mordiendo la piel: el efecto visual era inicialmente el de una cabeza, la cabeza de Medusa, a la que no se puede mirar porque convierte en piedra, porque hiela y mata. Representación de lo indecible y del horror supremo, esa asociación a la cabeza de Medusa se convierte en expresión simultánea de la repulsión y del terror: repulsión ante el cadáver del cuerpo devorado por animales carroñeros y terror ante la idea de ser devorado vivo, el objeto (oscuro pero diáfano – diáfana es la evidencia) del deseo sexual del hombre hacia la mujer.

Insomnia, aborda el cuerpo femenino torturado y fragmentado, de una manera en la que el deseo erótico se ve subvertido por sus pulsiones extremas que conducen a un deseo de muerte, utilizando la violencia como una herramienta que transforma el cuerpo (y sus representaciones) en cadáver, fundiendo vida y muerte en una representación basada también en el miedo y en el horror.

La exposición se articula en torno a diversas esculturas, realizadas con materiales plásticos y telas, tratadas con resinas y pintura, quemadas parcialmente y dispuestas sobre grandes espejos que reposan en el suelo y duplican la imagen desvelando otras posturas y otros pliegues. Estos cuerpos parecen ser el resultado de una superposición de asociaciones y formas: el maniquí y el muñeco se convierte en despojo (un despojo también del deseo), el cuerpo se confunde con un objeto y se acerca a la condición de cadáver, mientras el cadáver asume posturas de movimiento e insiste en una corporalidad alejada de lo inerte.

Las diversas piezas funcionan como una instalación, construyendo un espacio inquietante y turbador, en el que confluye la limpieza de un escaparate con la sordidez de una morgue.
El cuerpo es entendido como un núcleo centrífugo de distorsión y de dispersión.
Quizás por eso el cuerpo en la obra de Natalia Granada no es una síntesis ni un espacio de encuentro o de serenidad: se trata más bien de un punto de concentración y acumulación de tensiones, organiza un clima temporal de ruptura tanto de las pasiones como de los deseos. Un cuerpo que se rompe y se quiebra en la acción consigo y con lo otro (con todo lo otro y los otros) en un frenesí de energía incontenible y también insostenible.
El cuerpo es tanto una metáfora del deseo como su expresión más contundente, y construye el límite de la expresión, del mismo modo en el que delimita la vida y la muerte.