Es fácil percibir la intensidad de la agitación que se produce en el momento en el que se juega al mortal juego de la destrucción y la creación violentas. Es el límite en el que se encuentran el origen y el destino, el nacimiento y la muerte. Georges Bataille dibujó sobre la geografía de los sexos el pozo secreto en el que se cita la sed más profunda de la vida. A él acuden los que han elegido el camino desesperado de lo imposible y allí se encuentran aquellos sedientos que hacen de la transgresión la forma simbólica de lo ausente. El sacrificio entonces restaura desde su sombra un aura sagrada que atrae y posee, recrea y sacia la difícil e insoportable ansiedad de la búsqueda. Sólo la muerte puede igualar tal paroxismo. Freud hizo notar cómo la figura de Perseo, teniendo la cabeza de la Medusa en su mano, representaba el ritual más perfecto de la estigmatización. Ahora la escena se invierte y es la cabeza de Perseo la que se convierte en el lugar fatídico de todas las pulsiones. El sacrificio es, por excelencia, una actitud ante la muerte: el movimiento que lo constituye es una violencia que exige que la muerte exista. Y la atmósfera de temor y de tristeza fúnebre que se ha formado en torno a la muerte se ha convertido en una vieja casa destinada al incendio con el que nuestros ojos buscan el resplandor de la vida. El ritual que Natalia Granada recrea en estas piezas podría ser así interpretado como búsqueda transgresiva de aquellos límites y tristezas para subvertirlos.
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