INSTANTE DETENTE
Palacio Ducal Medinaceli, Soria. 2022
 
   
  Instante Detente por Curt Eriksen  
 

El fuego original y primordial, la sexualidad, levanta la llama roja del erotismo y esta, a su vez, sostiene y alza otra llama, azul y trémula: la del amor.
Octavio Paz

cuando el deseo se encarna en un objeto y entra en relación apasionada con él, el erotismo deja de ser una técnica para convertirse en arte, o sea, una creación personal, subjetiva, simbólica.
Cristina Perí Rossi

 

La mirada es todo—la manera en que miramos. Y vemos lo que vemos. Llámala visión, esa manera particular de pensar y sentir y comprender que distingue a un artista de otro, tan única como la huella digital.

Pero no hay que ser artista para mirar y ver. Todo el mundo que no sea ciego lo hace. De hecho nosotros, los humanos, dependemos de nuestra vista mucho más que de cualquiera de los otros cuatro sentidos. Y sin embargo lo que vemos no está determinado solamente por nuestra mirada.

La sociedad en que vivimos, nuestro condicionamiento cultural, tiene mucho que decir sobre lo que vemos cuando miramos. Especialmente cuando se trata de imágenes que se relacionan con la sexualidad.

Nuestro entendimiento de lo erótico—una palabra derivada del griego antiguo éro¯s, que significa amor o deseo—ha sido determinado no solo por la estética de la cultura a la que pertenecemos, sino por la moralidad dominante de nuestro tiempo y nuestro lugar en el mundo. Históricamente fluida, nuestra apreciación y aceptación de la forma humana continúa cambiando, particularmente cuando esa forma se combina con otro cuerpo desnudo en un contexto que sugiere actividades sexuales.

Esa sugerencia es la clave en términos de erotismo, sobre todo ahora, en esta época de imágenes pornográficas ubicuas. Cuando la exhibición de la carne humana en sí ya no sea escandalosa, al menos en Occidente, y cualquier persona con acceso a Internet puede ver imágenes y videos de hombres y mujeres participando en todos los actos sexuales imaginables, el valor excitante de lo erótico—que siempre ha formado un pilar de su atractivo, junto con las consideraciones más puramente estéticas sobre la forma y la luz y otros elementos artísticos—se reduce a casi nada.

Sin embargo, algo queda, incluso ahora, hoy en día. E incluso cuando se nos presentan imágenes que amenazan con desdibujar la línea entre lo erótico y lo pornográfico.

El punto de vista es imperativo no solo para la producción de una obra de arte, sino para su apreciación. La cuestión de quién está mirando y desde dónde está mirando determina el valor atribuido a esa obra de arte. Y hoy, más que nunca, esta es una cuestión de democracia. En una era de imágenes de teléfonos móviles y “me gusta” y “borrado” instantáneos, todo el mundo es, o por lo menos puede ser, tanto artista cómo crítico de arte.

Se ha citado a la feminista estadounidense Andrea Dworkin diciendo que “la erótica es simplemente pornografía de clase alta; mejor producida, mejor concebida, mejor ejecutada, mejor empaquetada, diseñada para una mejor clase de consumidor.” Pero nadie puede determinar esa delgada línea que pueda separar lo erótico de lo pornográfico para nadie más que para ellos mismos. De ahí la democracia de los gustos.

Históricamente, como señala Lynn Hunt, “el erotismo fue la intrusión en la esfera pública de algo que era en su esencia privado.” La pornografía originalmente significaba escribir sobre prostitutas, y solo con el tiempo evolucionó hacia una categoría más general e inclusiva de lo obsceno.

La moralidad y las costumbres y los valores colectivos de cualquier sociedad determinan qué es y qué no se considera—y no se penaliza—como obsceno. Pero el concepto de la obscenidad casi siempre implica una referencia a los muy privados actos sexuales sugeridos por lo erótico y en los que insisten tan descaradamente los pornógrafos.

La intimidad y la ternura nunca o rara vez están presentes en las representaciones pornográficas de un acto biológico que en el ser humano se suele asociar con el amor y que—junto al deseo—forman las raíces de nuestra palabra erotismo. Y aunque esta etimología puede que ya no importe mucho, la distinción entre lo erótico y lo pornográfico sigue siendo vital.

Aquí, en esta colección de imágenes creadas por la artista Natalia Granada, el elemento del accidente o lo accidental—tan integral para la fotografía exitosa— parece evidente. Aparte de la exuberante sensualidad de estas imágenes tanto en blanco y negro como en color, existen amplias variaciones de textura, a pesar de la repetición de formas. El contenido es obviamente erótico y algunas de las imágenes podrían—para algunos espectadores—pisar la línea borrosa con lo pornográfico, pero hay poca sensación de que se esté haciendo alguna pose.

En cambio, parece que nos han invitado a un espacio privado no tanto como voyeurs sino como participantes potenciales en nuestras propias vidas sexuales, invitados no con el propósito de excitarnos sino de contemplación y empatía. Está en juego en estas imágenes una alternancia entre lo duro y lo suave, lo crudo y lo refinado, lo manifiesto y lo sublime. Al final es la visión del artista la que une estas imágenes en una declaración sobre las configuraciones repetibles y a la vez infinitamente variables del deseo y el amor, expresadas a través de la belleza de la forma humana.