EXTRAÑOS PRESENTIMIENTOS
”ARTISTA DEL S. XXI. NATALIA GRANADA”.
Galería Garces Velásquez. Bogotá, Colombia. 1997
 
 
PAISAJES DOMÉSTICOS
Casa Do Brasil. Madrid, España. 1996
 
   
  El fuego de los presentimientos por William Ospina  
 

Sobre "EXTRAÑOS PRESENTIMIENTOS" y "PAISAJES DOMÉSTICOS" de Natalia Granada
(FRAGMENTO)

La primera vocación de estos cuadros de Natalia Granada es la de sugerir, no de contar. No importa definir las figuras, importa insinuarlas, hacer que sea su fuerza, no su precisión, lo que nos conmueva. Incluso es bueno que se transparenten las tentativas abandonadas, el brazo que desapareció pero dejó su huella en el aire, las otras fauces del perro, que amenazaban con su voracidad otro lugar del cuadro, pero cuya amenaza se disipó en el proceso. Todo eso que antes estaba prohibido por la severidad de las normas, permitirle al espectador asistir a las tentativas de la creación, a los avances y los repliegues y los arrepentimientos del artista, está aquí propuesto como resultado. Es algo familiar en el arte moderno, pero estos cuadros de Natalia Granada permiten advertirlo con especial nitidez. La obra no quiere llegar a otra plenitud, quiere ser un presentimiento en el mejor sentido, una intuición, la difusa percepción en la distancia de un estado del cuerpo o de la conciencia, de una escena posible, que acaso será más fuerte como presentimiento que como imagen definitiva. O más bien cuya imagen definitiva es esa misma imprecisión, porque los contornos puros y los colores diáfanos y los episodios precisos serían un simulacro y la destrucción del sentido verdadero. Al fin y al cabo el poder de los presentimientos está en su indefinición, en la vaga atmósfera de promesa y de amenaza que los constituye. Por eso las fauces de estas bestias, cuando alcanzan toda su ferocidad, se convierten en tinta, en sombra, se ven contrariadas por el chorro de blanco o azul que viene del fondo y que distraídamente las cubre. 

Lejos de la radical separación entre el boceto y la obra terminada, el proyecto debe ser el mismo el resultado, el presentimiento es el hecho, el cuadro no excluye al boceto. Ningún deber formal, ninguna obligación que no venga de la mirada vigilante que escruta las profundidades, que sabe detenerse en lo trascendental y en lo casual con la misma atención. Esa mujer azul ante macizos perros negros, esa mujer asediada por la disolución, puede ser una imagen de la belleza clásica combatida aquí por los recursos de lo indefinido, por los trazos caóticos, por esas indiferentes siluetas de animales que desfilan frente a ella como sin advertirla. Pero entre ellos se establece una relación misteriosa y ambigua. El tríptico de los Paisajes Domésticos prolonga esa relación. No se agota en la danza zoofilica que sugiere. Su pregunta por el ritmo en el cual pueden cruzarse lo animal y lo humano, recuerda aquel episodio de la comedia de Dante en que se enlazan un hombre y una serpiente, y el poeta advierte como gradualmente el hombre se va convirtiendo en serpiente y la serpiente en hombre. Aquí no se da esa fusión, sólo el ritmo amalgama las formas en un solo juego. Los peces y los lagartos que asedian a los personajes son variaciones acerca de cómo lo animal persiste en lo humano, o lo atormenta, o lo matiza. También esos animales han de ser extraños presentimientos convirtiendo en agua el aire, la habitación en selva, el mundo en un reino de tinieblas donde son nuestros guías los perros de la sombra. Pero la artista no quiere que olvidemos que esto no es un mero relato de honduras psicológicas o de mitologías sino una aventura del color y del trazo sobre el papel. Que aquí se expresa afecto por las manchas, los borrones, las mezclas, los trazos, el ritmo con que esas formas y substancias cargan de sentido el espacio. Y que en medio de ese lenguaje de impulsos y arrebatos y texturas distintas va surgiendo la gravedad opresiva del presentimiento, es decir del sentimiento apenas presentido, prefigurado, delatado por sus formas violentas, por sus rasgos más fuertes, por sus colores más intensos. Violencia, sí, pero una violencia sin destrucción, que tiene la alegría del capricho, como cuando alguien joven y apasionado empieza a pintar un perro y decide con brusca impaciencia dilatarlo y convertirlo en la noche. Así se manifiesta la pasión que gobierna estas obras, que ha sabido convertir los impulsos caóticos en arte puro, en densas atmósferas donde los colores sobresaltan, las líneas cautivan y los temas de la novela del alma se yerguen en las formas inconclusas de un mito que nos abarca a todos. 

Aquí están estos Extraños Presentimientos y estos Paisajes Domésticos de Natalia Granada. Quien quiera verlos como exploraciones de la psicología profunda, no dejará de hallar argumentos en ellos. El deseo, el sentimiento de encierro, la soledad, la imposibilidad de comunicación, la poderosa sexualidad, las obsesiones, el desgarramiento de los cuerpos que no logran Ingresar en una armonía convencional y que se rompen o se desdibujan o estallan, están allí. Quien quiera verlos como sueños, puede encontrar espacios arbitrarios, infiernos interiores, absurdos significativos, las perros de la noche y los peces del miedo y los lagartos de la culpa enroscándose en un espacio sin norte y sin cielo. Quien quiera ver en ellos variaciones mitológicas encontrará peces celestes y dragones que se muerden la cola y siluetas envueltas en nubes y perros sanguinarios que vigilan los umbrales y seres que avanzan guiados por ellos al país de las tinieblas y seres prometéicos sujetos al asedio de las bestias o de los elementos. 

Pero todo sale del verdadero surtidor de las leyendas y de las mitologías, la conciencia dispuesta a no negar su complejidad, y a hacerles decir a los colores, al papel y al espacio los asedios que percibe su imaginación, las fuerzas que siente actuar en el mundo, las músicas ha oído gobernando en secreto las cosas. 

WILLIAM OSPINA
Tomado del folleto exposición Galería Garcés Velasquez, 1997